Quién te enseñó a mantener el fuego de la memoria?
Cuando era chica escribí un texto y lo leí en el escenario del tinglado de mi escuela secundaria. Se llamaba “Las almas siguen encendidas”. No recuerdo exactamente lo que decía pero sí que dos Madres de Plaza de Mayo nos acompañaron ese día, hablaron para todes les estudiantes de una escuela numerosa en el último cordón del Conurbano bonaerense. Para chicxs que como yo habían nacido en medio de una sociedad que daba por sentada la teoría de los dos demonios. Ahí crecimos y ahí estaban ellas.
Es el trabajo de la memoria el que consiguió validar culturalmente la claridad por sobre el terror. Un trabajo de mujeres, de madres y de abuelas, que se sostiene en el tiempo porque ellas lo supieron conceder, como quien comparte lo verdaderamente importante. Para multiplicar, para recordar, para entender que la herida del terrorismo es una herida de toda la sociedad. Y para que cada barrio, cada pueblo y comunidad, sepa que necesita revisar su historia, reconocerla y buscar la cura. Porque esos espacios también fueron escenarios de la violencia.
Quizás también por eso, hoy es difícil mantenerse impasible cuando se protege a los centros de poder militarizando las calles, y lo será mientras se manifiesten con cinismo, descaro e impunidad las fuerzas de la represión. Es en estos escenarios que ya no queremos ser quienes ponen siempre la carne que se va a golpear para venderla más barata.
Escribimos en la falla, desde el lado en el que alumbran las Madres, las Abuelas y se mantiene encendido el fuego de la memoria.